Poca asistencia, para qué nos vamos a engañar: medio centenar justito de personas; unos poquitos socios del Ateneu y el grueso del pelotón formado por los que lograron enterarse de la convocatoria a través de los blogs de los participantes y de la nota en la página de la AI. El Ateneu iba a desplegar una campaña publicitaria del acto en las universidades catalanas, pero falló por razones, según parece, de coordinación organizativa.
Esto de la presencialidad, lo que también podría llamarse visibilidad, es uno de nuestros problemas. Somos muy activos, muy aguerridos y muy combatientes... en la red. En Internet somos decenas de miles, centenares de miles... quizá, incluso millones. Pero no salimos materialmente a la calle. Y aunque la Red es el futuro, debiéramos plantearnos de vez en cuando que, desgraciadamente, todavía no es el presente. El poder político nos tiene muy en cuenta para limitarnos y para estrangularnos, pero no para atender nuestras reivindicaciones. Y así pasan cosas como, por ejemplo, que la Red, en masa, sin apenas excepciones, sea un clamor contra la $GAE, y cuando se organiza algún acto frente a alguno de sus centros físicos -como hace muy pocos días en Bilbao- sólo alcancen a reunirse unas cuantas decenas de personas, unos poquísimos centenares, en el mejor de los casos.
Amigos, hay que empezar a mover el culo y levantarse de vez en cuando de la silla. Para el común de la sociedad no existimos si no se nos ve en la calle; la Red es todavía una entelequia para más de la mitad de la población. Yo no pretendo hacer la competencia a la Conferencia Epicopal y montar la semana que viene una manifestación en Madrid de cuatro personas por ciento veinte mil metros cuadrados (lo que, como sabe todo aquel que conoce las tablas de multiplicar, da dos millones). Pero sí sería cuestión de plantearse que con menos de entre tres y cinco mil personas, no hay nada que hacer. El día que delante de la $GAE, en Madrid o en Barcelona, nos reunamos cinco mil personas vociferando consignas y, sorprendidos por esa respuesta inesperada, tengan que buscar -innecesariamente, por supuesto- agentes antidisturbios debajo de las piedras, empezaremos a preocupar a alguien. Si una semana después, una cifra similar se reproduce en otra capital de provincia y otra semana más tarde se repite en otra, quizá empecemos a dar pasos para que se nos tenga en cuenta a la hora de legislar, y no como ahora, que mientras están tramando la modificación de la Ley de Propiedad Intelectual -que, como no nos la carguemos por vía de subversión, lo llevamos claro- llaman a la comisión del Congreso a todas las entidades de gestión de derechos económicos de autor, y a todo el sector empresarial de contenidos de ocio, y solamente a la Asociación de Internautas, para que no sea dicho que no escuchan al ciudadano (y, finalmente, darle igual por detrás).
Esta invisibilidad es, precisamente, la que ha permitido que nos impongan la traza por decreto-ley, así, sin despeinarse, sin que hayan acusado recibo ya no sólo los medios convencionales de comunicación (menuda banda, esa...) sino ni siquiera las organizaciones pro-derechos civiles.
Y esta invisibilidad fue una de las muchísimas coincidencias que pusimos de relieve los tres ponentes en el transcurso del acto, un acto larguísimo que terminó tocadas ya las diez de la noche, porque tanto las intervenciones de Jorge, de David y mía se prolongaron, y porque el debate posterior abierto al público fue intensísimo y pleno de interés.
Con permiso de Jorge, que nos ilustró sobre el futuro más probable si no nos empezamos a mover en serio, y lo describió en términos tan terroríficos como realistas, causando con ello un impacto importante sobre todo en la concurrencia de fuera de la Red (sobre ese impacto me comprometo a hablar en un próximo artículo), lo cierto es que David y su aguerridísima biografía se zamparon el acto y captaron la atención de los presentes: los de dentro, entregados a su enorme carisma y los de fuera boquiabiertos por el historial tremebundo de un hombre que habla con la dulzura de un jesuita en Jueves Santo.
Este modesto servidor, expuso ante la concurrencia las razones legales de la AI para oponerse al decreto-ley sobre la traza -como lo ha hecho ante el Tribunal Supremo- y los motivos de fondo para esa acción jurídica, es decir, la amenaza tremenda para las libertades civiles de la ciudadanía española.
Terminó el acto con la promesa-petición por parte de los organizadores del Ateneu de repetirlo al menos una vez al año, comprometiéndose asimismo a una organización más cuidadosa en lo concerniente a divulgación previa de la convocatoria.
Da igual: ante cincuenta, ante cien o ante mil, ahí estaremos.
Sin falta.
Javier Cuchí
Esto de la presencialidad, lo que también podría llamarse visibilidad, es uno de nuestros problemas. Somos muy activos, muy aguerridos y muy combatientes... en la red. En Internet somos decenas de miles, centenares de miles... quizá, incluso millones. Pero no salimos materialmente a la calle. Y aunque la Red es el futuro, debiéramos plantearnos de vez en cuando que, desgraciadamente, todavía no es el presente. El poder político nos tiene muy en cuenta para limitarnos y para estrangularnos, pero no para atender nuestras reivindicaciones. Y así pasan cosas como, por ejemplo, que la Red, en masa, sin apenas excepciones, sea un clamor contra la $GAE, y cuando se organiza algún acto frente a alguno de sus centros físicos -como hace muy pocos días en Bilbao- sólo alcancen a reunirse unas cuantas decenas de personas, unos poquísimos centenares, en el mejor de los casos.
Amigos, hay que empezar a mover el culo y levantarse de vez en cuando de la silla. Para el común de la sociedad no existimos si no se nos ve en la calle; la Red es todavía una entelequia para más de la mitad de la población. Yo no pretendo hacer la competencia a la Conferencia Epicopal y montar la semana que viene una manifestación en Madrid de cuatro personas por ciento veinte mil metros cuadrados (lo que, como sabe todo aquel que conoce las tablas de multiplicar, da dos millones). Pero sí sería cuestión de plantearse que con menos de entre tres y cinco mil personas, no hay nada que hacer. El día que delante de la $GAE, en Madrid o en Barcelona, nos reunamos cinco mil personas vociferando consignas y, sorprendidos por esa respuesta inesperada, tengan que buscar -innecesariamente, por supuesto- agentes antidisturbios debajo de las piedras, empezaremos a preocupar a alguien. Si una semana después, una cifra similar se reproduce en otra capital de provincia y otra semana más tarde se repite en otra, quizá empecemos a dar pasos para que se nos tenga en cuenta a la hora de legislar, y no como ahora, que mientras están tramando la modificación de la Ley de Propiedad Intelectual -que, como no nos la carguemos por vía de subversión, lo llevamos claro- llaman a la comisión del Congreso a todas las entidades de gestión de derechos económicos de autor, y a todo el sector empresarial de contenidos de ocio, y solamente a la Asociación de Internautas, para que no sea dicho que no escuchan al ciudadano (y, finalmente, darle igual por detrás).
Esta invisibilidad es, precisamente, la que ha permitido que nos impongan la traza por decreto-ley, así, sin despeinarse, sin que hayan acusado recibo ya no sólo los medios convencionales de comunicación (menuda banda, esa...) sino ni siquiera las organizaciones pro-derechos civiles.
Y esta invisibilidad fue una de las muchísimas coincidencias que pusimos de relieve los tres ponentes en el transcurso del acto, un acto larguísimo que terminó tocadas ya las diez de la noche, porque tanto las intervenciones de Jorge, de David y mía se prolongaron, y porque el debate posterior abierto al público fue intensísimo y pleno de interés.
Con permiso de Jorge, que nos ilustró sobre el futuro más probable si no nos empezamos a mover en serio, y lo describió en términos tan terroríficos como realistas, causando con ello un impacto importante sobre todo en la concurrencia de fuera de la Red (sobre ese impacto me comprometo a hablar en un próximo artículo), lo cierto es que David y su aguerridísima biografía se zamparon el acto y captaron la atención de los presentes: los de dentro, entregados a su enorme carisma y los de fuera boquiabiertos por el historial tremebundo de un hombre que habla con la dulzura de un jesuita en Jueves Santo.
Este modesto servidor, expuso ante la concurrencia las razones legales de la AI para oponerse al decreto-ley sobre la traza -como lo ha hecho ante el Tribunal Supremo- y los motivos de fondo para esa acción jurídica, es decir, la amenaza tremenda para las libertades civiles de la ciudadanía española.
Terminó el acto con la promesa-petición por parte de los organizadores del Ateneu de repetirlo al menos una vez al año, comprometiéndose asimismo a una organización más cuidadosa en lo concerniente a divulgación previa de la convocatoria.
Da igual: ante cincuenta, ante cien o ante mil, ahí estaremos.
Sin falta.
Javier Cuchí