Ni azul... (y III)
Ni azul... (y III)
En esta serie, hemos tratado de analizar someramente algunos aspectos de la conocida como "ley de los tres avisos" de Nicolás Sarkozy. Esta misma ley es la que pretenden implantar en España los autoungidos "protectores de la cultura". Francia ha terminado también sacrificando su "Liberté" y la de sus ciudadanos vendiéndosela a los productores de contenido y prefiriendo ser rehén de los mismos.
Éste es además el modelo que Francia quiere para toda Europa. Veamos pues, dónde está la difusión de la cultura y los derechos de los usuarios que dicen defender.
Cuando un persona compra un CD de música no está pagando por ese soporte de grabación, soporte que no justificaría el alto precio que se paga; lo que está comprando es el derecho a disfrutar la obra que contiene. En consecuencia, la industria cultural debería garantizar la restitución de ese bien cuando el soporte -como ocurre muchas veces- quede dañado e ilegible , ya que el usuario ha perdido el derecho que adquirió a disfrutar de esa obra y todo lo que ahora le queda es lo que se conoce coloquialmente como "posavasos". Un posavasos muy caro, por cierto.
Cuando una persona quiere ejercer su derecho de acceso a la cultura sobre una obra descatalogada o que no está entre las prioridades de la industria cultural, se le niega ese derecho aduciendo razones de rentabilidad cuando todo el mundo sabe que ya no hay dificultad técnica ni económica en poner esa obra a disposición en cuestión de minutos. Se convierte así a la cultura en un mero objeto de negocio, considerando que esa obra cultural tiene el mismo valor que la ropa pasada de moda que se elimina rápidamente de los escaparates de una tienda.
Hay ya medios técnicos suficientes para garantizar ambos derechos en el ámbito del acceso a la cultura y la única razón para no respetarlos es el mercantilismo de considerar que la cultura es un simple objeto que se compra y se vende, sin importar la obra que contiene.
En consecuencia, son los actuales gestores de los derechos los primeros que denigran y maltratan la cultura, y quizas por eso los vemos día sí y día también llenándose la boca de cuán importante es la cultura para ellos y con qué entusiasmo la defienden, intentando conseguir aquello de que repitiendo mucho una mentira, ésta acabe por considerarse verdad.
En consecuencia, la industria cultural actual ni promueve la cultura, ni su prioridad es la difusión de la misma. Lo que hace realmente la industria cultural es secuestrar la cultura a su antojo, decidiendo lo que debe o no debe promoverse y difundirse mientras condena al ostracismo a multitud de artistas por el simple hecho de que no gustan al llamado "productor de contenidos" de turno. Y lo que realmente les da miedo es esa pérdida de control.
La libertad en Internet es precisamente la que ha propiciado la "explosión cultural" al permitir a mucha gente (que de otro modo no habría llegado a poder desarrollar su faceta cultural) mostrar su obra a todo el mundo. La misma libertad que permite a los usuarios, de ese modo, decidir qué contenidos culturales le interesan realmente y cuáles no. Y a la vista está la cantidad de programas televisivos, documentales y cortos de todo tipo que han popularizado herramientas de verdadera difusión como YouTube, o la gran cantidad de músicos que han tenido la posibilidad de dar conciertos en directo y ganarse la vida con su música tras haber puesto a disposición de los internautas sus composiciones para que éstos las valoren, al margen de criterios economicistas. Por no hablar de la cantidad de "bloggers" que existen en la actualidad, gracias a que esta herramienta les ha permitido transmitir y compartir libremente sus pensamientos, ideas y opiniones a escala planetaria.
Cuando se demanda cultura libre, al igual que cuando se demanda software libre, no se está pidiendo cultura o software gratis, lo que se está exigiendo es libertad de elección del consumidor para decidir la cultura que quiere disfrutar o el software que quiere usar.
Sólo la ignorancia muchas veces buscada de no ser capaz de distinguir los dos usos de la palabra inglesa "free" (que tiene ambas acepciones de libertad y gratuidad) según el contexto, lleva a las manipulaciones interesadas a que nos tienen acostumbrados los gestores de derechos de autor.
Definitivamente la industria actual de la cultura (que nada tiene que ver con la cultura real) debe pensarse muy seriamente si debe seguir por este camino a la vista de los resultados que ha conseguido o si debe cambiar muchos de sus planteamientos y forma de actuar. Como ya dijimos, el único futuro que le espera a un negocio que maltrata, insulta y se enfrenta a sus clientes es su cierre, ya que esos clientes no volverán a entrar en su "chiringuito" nunca más.
Y los artistas a los que dicen representar deberían pensarse también si quieren seguir representados por gente que los enfrenta a sus clientes, con la consiguiente pérdida de ventas.
Es curioso que todo esto quiera extenderse a Europa desde el país de las libertades por antonomasia, Francia. Parece ser que desandamos ahora el camino de la Revolución Francesa para volver a los tiempos oscuros de la Edad Media y la opresión y control de la ciudadanía.
El éxito y el alcance de Internet de manera tan fulgurante se ha producido precisamente por la libertad en la que se ha desarrollado, desde sus inicios en el CERN suizo, entre otras cosas porque ya se empezó liberando el código fuente del navegador. Si queremos que siga siendo un motor de la innovación, que tanto necesitamos en este país, la Red deberá seguir siendo libre.
Por su parte, Francia ha perdido definitivamente su identidad. Ya no es el país de la Liberté, ni el de la Egalité ni por supuesto el de la Fraternité
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Artículo anterior: Ni rojo.. (II)
Cuando un persona compra un CD de música no está pagando por ese soporte de grabación, soporte que no justificaría el alto precio que se paga; lo que está comprando es el derecho a disfrutar la obra que contiene. En consecuencia, la industria cultural debería garantizar la restitución de ese bien cuando el soporte -como ocurre muchas veces- quede dañado e ilegible , ya que el usuario ha perdido el derecho que adquirió a disfrutar de esa obra y todo lo que ahora le queda es lo que se conoce coloquialmente como "posavasos". Un posavasos muy caro, por cierto.
Cuando una persona quiere ejercer su derecho de acceso a la cultura sobre una obra descatalogada o que no está entre las prioridades de la industria cultural, se le niega ese derecho aduciendo razones de rentabilidad cuando todo el mundo sabe que ya no hay dificultad técnica ni económica en poner esa obra a disposición en cuestión de minutos. Se convierte así a la cultura en un mero objeto de negocio, considerando que esa obra cultural tiene el mismo valor que la ropa pasada de moda que se elimina rápidamente de los escaparates de una tienda.
Hay ya medios técnicos suficientes para garantizar ambos derechos en el ámbito del acceso a la cultura y la única razón para no respetarlos es el mercantilismo de considerar que la cultura es un simple objeto que se compra y se vende, sin importar la obra que contiene.
En consecuencia, son los actuales gestores de los derechos los primeros que denigran y maltratan la cultura, y quizas por eso los vemos día sí y día también llenándose la boca de cuán importante es la cultura para ellos y con qué entusiasmo la defienden, intentando conseguir aquello de que repitiendo mucho una mentira, ésta acabe por considerarse verdad.
En consecuencia, la industria cultural actual ni promueve la cultura, ni su prioridad es la difusión de la misma. Lo que hace realmente la industria cultural es secuestrar la cultura a su antojo, decidiendo lo que debe o no debe promoverse y difundirse mientras condena al ostracismo a multitud de artistas por el simple hecho de que no gustan al llamado "productor de contenidos" de turno. Y lo que realmente les da miedo es esa pérdida de control.
La libertad en Internet es precisamente la que ha propiciado la "explosión cultural" al permitir a mucha gente (que de otro modo no habría llegado a poder desarrollar su faceta cultural) mostrar su obra a todo el mundo. La misma libertad que permite a los usuarios, de ese modo, decidir qué contenidos culturales le interesan realmente y cuáles no. Y a la vista está la cantidad de programas televisivos, documentales y cortos de todo tipo que han popularizado herramientas de verdadera difusión como YouTube, o la gran cantidad de músicos que han tenido la posibilidad de dar conciertos en directo y ganarse la vida con su música tras haber puesto a disposición de los internautas sus composiciones para que éstos las valoren, al margen de criterios economicistas. Por no hablar de la cantidad de "bloggers" que existen en la actualidad, gracias a que esta herramienta les ha permitido transmitir y compartir libremente sus pensamientos, ideas y opiniones a escala planetaria.
Cuando se demanda cultura libre, al igual que cuando se demanda software libre, no se está pidiendo cultura o software gratis, lo que se está exigiendo es libertad de elección del consumidor para decidir la cultura que quiere disfrutar o el software que quiere usar.
Sólo la ignorancia muchas veces buscada de no ser capaz de distinguir los dos usos de la palabra inglesa "free" (que tiene ambas acepciones de libertad y gratuidad) según el contexto, lleva a las manipulaciones interesadas a que nos tienen acostumbrados los gestores de derechos de autor.
Definitivamente la industria actual de la cultura (que nada tiene que ver con la cultura real) debe pensarse muy seriamente si debe seguir por este camino a la vista de los resultados que ha conseguido o si debe cambiar muchos de sus planteamientos y forma de actuar. Como ya dijimos, el único futuro que le espera a un negocio que maltrata, insulta y se enfrenta a sus clientes es su cierre, ya que esos clientes no volverán a entrar en su "chiringuito" nunca más.
Y los artistas a los que dicen representar deberían pensarse también si quieren seguir representados por gente que los enfrenta a sus clientes, con la consiguiente pérdida de ventas.
Es curioso que todo esto quiera extenderse a Europa desde el país de las libertades por antonomasia, Francia. Parece ser que desandamos ahora el camino de la Revolución Francesa para volver a los tiempos oscuros de la Edad Media y la opresión y control de la ciudadanía.
El éxito y el alcance de Internet de manera tan fulgurante se ha producido precisamente por la libertad en la que se ha desarrollado, desde sus inicios en el CERN suizo, entre otras cosas porque ya se empezó liberando el código fuente del navegador. Si queremos que siga siendo un motor de la innovación, que tanto necesitamos en este país, la Red deberá seguir siendo libre.
Por su parte, Francia ha perdido definitivamente su identidad. Ya no es el país de la Liberté, ni el de la Egalité ni por supuesto el de la Fraternité
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