¿Las razones? Pues las que no nos cansamos de repetir por aquí: la dudosa legalidad de la medida (vulnera la privacidad), la desproporción entre el supuesto delito y el castigo (el acceso a Internet es ya un derecho fundamental), la fuerte contestación de agentes sociales, internautas y ciudadanía, las dudas sobre la fiabilidad de los sistemas de detección de infracciones
y dos elementos de enorme interés: la posición contraria de Google y la negativa de la principal operadora del país, TelstraClear, a secundar el proyecto.
Efectivamente, si las operadoras respetasen a sus clientes y velasen realmente por sus intereses comerciales, negándose a participar en esta bochornosa ofensiva auspiciada sólo por el lobby de la cultura (industria y sociedades de gestión), la medida jamás podría ver la luz. Y si los gobiernos, como parece haber entendido a regañadientes el de Nueva Zelanda, antepusieran el interés general al particular, la medida siquiera podría plantearse. Con un añadido más en el caso de España: aquí la subida y descarga de archivos con derechos de autor no es delito si no existe ánimo de lucro.
Una excelente lección ésta que nos llega de las antípodas porque, al final, la realidad se impone, y la realidad es que la única solución para la crisis de la industria cultural está en un profundo cambio en los modelos de derechos de autor y de mercado.
No conviene tampoco lanzar las campanas al vuelo. Como señalan los analistas de los diversos medios de comunicación, esto no es más que un receso en una batalla que prácticamente no ha hecho más que comenzar. El Gobierno neozelandés volverá con otra ley, probablemente más suave que ésta que se diluye, pero erre que erre con la visión distorsionada y la solución equivocada al problema.
Eso sí, la RIANZ (la RIAA o SGAE neozelandesa) ha perdido una gran batalla y ha comenzado ya a perder la guerra. Esta asociación abogaba no ya por la implantación de la bochornosa ley que ahora se desecha, sino incluso por su endurecimiento. Tal y concluyen en Ars Technica:
Efectivamente, si las operadoras respetasen a sus clientes y velasen realmente por sus intereses comerciales, negándose a participar en esta bochornosa ofensiva auspiciada sólo por el lobby de la cultura (industria y sociedades de gestión), la medida jamás podría ver la luz. Y si los gobiernos, como parece haber entendido a regañadientes el de Nueva Zelanda, antepusieran el interés general al particular, la medida siquiera podría plantearse. Con un añadido más en el caso de España: aquí la subida y descarga de archivos con derechos de autor no es delito si no existe ánimo de lucro.
Una excelente lección ésta que nos llega de las antípodas porque, al final, la realidad se impone, y la realidad es que la única solución para la crisis de la industria cultural está en un profundo cambio en los modelos de derechos de autor y de mercado.
No conviene tampoco lanzar las campanas al vuelo. Como señalan los analistas de los diversos medios de comunicación, esto no es más que un receso en una batalla que prácticamente no ha hecho más que comenzar. El Gobierno neozelandés volverá con otra ley, probablemente más suave que ésta que se diluye, pero erre que erre con la visión distorsionada y la solución equivocada al problema.
Eso sí, la RIANZ (la RIAA o SGAE neozelandesa) ha perdido una gran batalla y ha comenzado ya a perder la guerra. Esta asociación abogaba no ya por la implantación de la bochornosa ley que ahora se desecha, sino incluso por su endurecimiento. Tal y concluyen en Ars Technica:
¿Y qué hay de la preocupación por los falsos positivos y la fiabilidad de las evidencias? La RIANZ nunca las ha tomado demasiado en serio (al igual que la RIAA) e insiste en que su método de detección es infalible. En una reciente entrevista en la web de la RIANZ, le preguntaron al CEO Campbell Smith si se comería su sombrero si se demostrara que un buen número de denuncias por infracción de copyright estuviesen basadas en errores.
Sí, dijo. Me tiraré sobre mi espada y me comeré mi sombrero. El sombrero, primero.
Afortunadamente para Smith, tal sombrerofagia (y aún más el doloroso harakiri con su espada) no será una preocupación hasta dentro de un tiempo, toda vez que la maquinaria legislativa ha dado marcha atrás para continuar fabricando salchichas durante un buen rato.
Reproducido de Mangas Verdes