B. P. V / J. A. / A. L. | El Economista La realidad, sin embargo, es muy diferente a esta perspectiva cómica nacida del ingenio popular. Los alcaldes de ciudades y pueblos exprimen al máximo sus presupuestos para ofrecer a sus ciudadanos el mejor programa festivo posible y prueba de ello es que durante esta semana saldrán más de 30 millones de euros de las arcas de los principales municipios con el único fin de engalanar y poner banda sonora a las calles de media España en lo que supone el auténtico epicentro verbenero del año.
¿Un despilfarro?
Un pequeño periodo de fiesta nacional en la que los ayuntamientos se dejan el equivalente al presupuesto anual del Ministerio de Educación para bibliotecas o a la totalidad de los fondos destinados por el Estado a la creación de centros tecnológicos de alto nivel.
¿Despilfarro o gestión racional de recursos? Probablemente, el sector hostelero de Bilbao no considere una barbaridad los 2,7 millones que el ayuntamiento de la ciudad ha invertido en su Semana Grande, la conocida Aste Nagusia, que atrae a decenas de miles de visitantes con ganas de gastar dinero a la ciudad.
Algo similar ocurrirá en la localidad pontevedresa de Cambados, sede de una popularísima fiesta del vino, en la que el consistorio invirtió este año 300.000 euros.
También en las grandes ciudades
Y es que en muchos casos las fiestas se convierten en auténticos trampolines turísticos para una determinada localidad. Cuando no es así, la inversión se puede justificar con muchos otros argumentos: convertirse en el referente de ocio de una comarca, mantener la tradición, aumentar la oferta cultural...
Con estos y otros argumentos, la ciudad de Santander ha justificado la inversión de 3,7 millones de euros en su Festival Internacional Cultural que se celebra durante todo el mes de agosto; el Ayuntamiento de A Coruña, los 1,1 millones invertidos en sus lustrosas fiestas de agosto; y el de Málaga, los 246.000 euros gastados en su muy concurrida Feria de Agosto.
Últimamente, la carrera por organizar las mejores fiestas se ha desplazado al extrarradio de las grandes ciudades. Las incipientes urbes de los cinturones de Madrid y Barcelona invierten cientos de miles de euros en contratar a los mejores artistas para descentralizar la diversión festiva y crear identidad.
Pequeños pueblos vs SGAE
Pero el espíritu de la fiesta patronal de toda la vida continúa estando en los pueblos, en sus actos religiosos y en sus bailes con orquesta. Según su tamaño, los pequeños municipios invierten entre 15.000 y 90.000 euros en sus fiestas, una cifra que en muchos casos es la principal partida de gasto del presupuesto municipal y cuyo montante agregado resulta casi imposible de estimar. El Periódico del Mediterráneo, por ejemplo, ha calculado que los municipios de la provincia de Castellón gastarán alrededor de seis millones de euros en los festejos organizados durante agosto, pero no existen datos oficiales al respecto.
Los alcaldes de estas villas no sólo tienen el problema de cuadrar las cuentas para contentar a sus vecinos, sino que desde hace unos meses sufren además el acoso de la Sociedad General de Autores (SGAE), que les exige el 7% de lo abonado a las charangas y orquestas contratadas desde 2001.
Según la escala de tarifas de la SGAE, los municipios deben abonar a esta institución sin ánimo de lucro el 7% por ciento de lo obtenido en taquilla por la actuación de una orquesta o charanga y de no existir taquillaje, una cantidad equivalente a la asistencia de público que se mide por una poco científica ecuación que mide la asistencia como pareja por metro cuadrado.
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También en las grandes ciudades
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Los alcaldes de estas villas no sólo tienen el problema de cuadrar las cuentas para contentar a sus vecinos, sino que desde hace unos meses sufren además el acoso de la Sociedad General de Autores (SGAE), que les exige el 7% de lo abonado a las charangas y orquestas contratadas desde 2001.
Según la escala de tarifas de la SGAE, los municipios deben abonar a esta institución sin ánimo de lucro el 7% por ciento de lo obtenido en taquilla por la actuación de una orquesta o charanga y de no existir taquillaje, una cantidad equivalente a la asistencia de público que se mide por una poco científica ecuación que mide la asistencia como pareja por metro cuadrado.
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